lunes, 30 de enero de 2012

Tus ojos coloreados con elegancia y cariño me estaban mirando.
Sus dos colores mezclados estaban inclinándose ante los míos y dejándose ver.
Eran sólo para mi. Nadie más.
Eran preciosos. Y sólo para mí.

Tus dientes mordían tus labios con placer contenido. A veces, tus ojos terminaban la danza que ellos habían empezado y éstos se cerraban. Luego de ésto, los ojos se volvían a abrir y, ocultándose entre tus finos cabellos me miraban tímidos y a la vez picaros.

Esas mejillas se encendían, ardían, me pedían el agua de mi lengua y el tacto de mis manos.
Esquivabas la mirada y aprovechabas tu cabello para esconder esa vergüenza que sabes que me encanta.
Lo curioso, era esa tuya sonrisa que salía al hacer eso.
Era como si en el fondo, te gustara esa sensación de jugar contigo de esa manera.
¿O quizás era tu cuerpo que reaccionaba sin pedir permiso?
De igual manera, ahí estabas.

Ahí estabas.
Con esa mirada distinta a cuando hay gente alrededor, con la mirada de lujuria y placer clavada en esos ojos preciosos. Tus manos entrelazadas hacia atrás y sin posibilidad de tocarme hacía un juego divertido que, aún si lo negaba con tu voz, te gustaba.

Esa voz. ¿Cómo olvidarla? La que, junto a todo lo antes mencionado, me indicaba, me pedía, me suplicaba... Y yo, como buena persona "cruel", no permitía nada más que mi propia satisfacción.
En aquel momento de soledad mutua, tu voz había cambiado.
Pasó a ser la música que endulzó mis oídos durante toda la velada.


Eres capaz de llevarme a un mundo que pasa de la tranquilidad a la lujuria en pocos segundos.
Eso me gusta.
me gustas.

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